UNA DAMA CON TODAS LAS VOCES


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Una dama con todas las voces
Verónica Díaz Benavente, con elementos mínimos y talento, apela al humor sin caer en la parodia y genera un espectáculo efectivo.

Leni González

No hay que tomarse muy en serio el título. Salvo para aquellos que conozcan muy bien qué cosas le hacen cosquillas a su autora e intérprete, el resto puede confundirse si sigue al pie la letra gruesa de la convocatoria. Porque esta obra, en sentido estricto, no es un musical aunque tenga al pianista Julián Caeiro en escena, ni hay mujeres en plural aunque aparezcan varias: Mujeres que cantan es un espectáculo teatral humorístico en el que una gran actriz y cantante como Verónica Díaz Benavente, con todas sus herramientas a mano, nos hace creer que es una y es muchas y que, por igual, todas entregan la vida en cada canción y la reciben en cada aplauso.
A la manera de Concha del Río, la diva internacional que compone Noralih Gago en el Anfitrión, pero en versión tanguera y, por ende, más amarga y consciente de su devaluación, “el gorrión de Mataderos” Beba Baguet regresó para reencontrarse con su público, si es que lo tiene. La artista, cuyo seudónimo remite a falta de otras genealogías a la panadería familiar, vuelve sin que nadie se lo pida de un autoexilio en París al que ninguno, tampoco, la forzó. Y si se vuelve, con o sin frente marchita, se explica.

Beba contará sus penurias y cómo, a pesar de todo, pasan los años, los presidentes, economistas y financistas, y quedan las estrías. Y cantará “Besos brujos”, “Loca” y “Palomita blanca” al estilo de esa famosa cantante que dijo haberle dado una cachetada en un set de filmación a una actriz en ascenso (se supo, fue Beba pero le rebotó a Libertad Lamarque). Después, pasará al recuerdo de su madre gallega y el cancionero español; luego, a la soprano María Callas y, por último, a Edith Piaff y su “La vie en rose”.

Cada uno de estos enganches está sustentado por la historia personal de Beba, que va sacando personajes con mínimos cambios de vestuario: un pañuelo, anteojos y guantes bastan para que sea la Callas; unas botitas y un saquito para Piaff; una flor en el pelo y es la gallega; una capita tejida al crochet para la chica buena y sufrida de película argentina años 40. Si bien interactúa con el maestro Caeiro, si bien maneja distintos registros vocales y lo hace muy bien, Díaz Benavente resuelve con actuación, y su humor no sólo es paródico sino que juega con el lenguaje y se apoya en multitud de lugares comunes de la cultura, como Los pájaros de Hitchcock cuando canta “Palomita blanca”, o aquel hit ochentoso de Lionel Ritchie, “Say you say me”, intercalado por repetición en la charla con el profesor de música.

En esta fusión netamente teatral, por supuesto, se destaca la actriz; detrás de ella está el libro, que también le pertenece, y la dirección de esa experta en señoras que se ríen de sí mismas que es Liliana Pécora (Mujeres de 50). El único hiato en el relato, el eslabón más débil desde cierta lógica narrativa (aunque después el cierre final –que obviamente no contaremos– lo explique) es el paso del personaje Beba Baguet al de Callas y a Piaff. Por último, si bien es un ámbito íntimo y de cercanía con el público, no hace honor a esta obra, a la intérprete, a la música ni al vestuario la “no” puesta escenográfica en el Caras y Caretas, que equivocadamente igualó lo sencillo con lo rudimentario.

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